Los verdaderos soldados, los del sistema público de salud, han hecho un esfuerzo sobrehumano, poniendo en riesgo su vida
Vamos a salir, sí, porque en algún momento se romperá la cadena de transmisión. No hay que ser un sabelotodo, sólo hay que hacer caso a la sabiduría de nuestras abuelas. Esto no es un a por ellos futbolístico, esto es una enfermedad que se contagia. Y las abuelas se lo hubieran dicho hace días: saldremos no juntos, sino separados, aislados y encerrados en casa.
Vamos a salir porque finalmente se ha dado marcha atrás en este error mayúscula de menospreciar el riesgo, de ignorar los expertos, de poner la economía ante la salud, de priorizar la comunicación pública con arengas deportivo-militares y no con consejos de sentido común. Ha costado quince días conseguir el confinamiento total, cuando ya no es políticamente asumible el número creciente de muertos, el colapso de los hospitales, el contagio de los profesionales de la salud. Ahora vamos a ver la luz al final de este largo túnel. Pero el precio que habremos pagado ya es demasiado alto.
Cuando salimos habremos visto lo peor de la sociedad. Tendremos visto una clase política catalana que ha defendido unas estrategias insensatas del Gobierno, atacando su propio gobierno hasta límites inaguantables de indecencia. Tendremos visto como algunos políticos han continuado paseando por las calles, como si esto no fuera con ellos. Quizás es que esto realmente no va con ellos. Porque es una cuestión sobre todo de solidaridad con los más vulnerables de nuestra sociedad, los más enfermos y los más grandes. Y quizás tenemos políticos que no entienden ni de solidaridad ni de servicio público.
Tendremos visto como algunos de los ciudadanos más acomodados de la sociedad no han tenido ningún escrúpulo para salir corriendo hacia la segunda residencia, centrifugando la enfermedad y llevándola allí donde ni el tiempo ni las inversiones se mueven, poniendo en riesgo sus residentes. Qué gran incongruencia ver mucha de esta gente que desprecia la periferia y su gente, ahuyentando hacia el territorio donde el sistema público de salud ha sido siempre maltratado, mal financiado y mal provisto.
Cuando salimos también habremos visto lo mejor de la sociedad que nos rodea. Porque, en nuestro no necesitamos ni tanques ni vallas para mantenernos recogidos, sólo cordura y comunicación sin estridencias militares. Tendremos visto como se ha organizado nuestro verdadero ejército, el pueblo solidario: la gente y las empresas cosiendo mascarillas, fabricante viseras, trajes de protección, respiradores, regalando tabletas para conectar pacientes y familiares, ofreciendo su alojamiento, haciendo donaciones de todo lo que nos podía ser útil. Tendremos visto como los jóvenes voluntarios se han preocupado y ocupado de nuestros abuelos, intentando hacerles la vida aislada más agradable; o como los investigadores y estudiantes han aparcado investigación y estudios para ponerse al servicio del sistema público de salud.
Vamos a salir y, en definitiva, cuando lo hacemos, habremos aprendido que el pueblo salva al pueblo, y que sólo un sistema público potente puede asumir retos de este tamaño. Tendremos visto que los verdaderos soldados, los del sistema público de salud, han hecho un esfuerzo sobrehumano, poniendo en riesgo su vida, porque tienen un compromiso firme, personal y profesional, con el bien común. Tendremos visto el sufrimiento de un sistema público desbordado, que ha sido sostenido por un grupo de profesionales, sin medallas en el pecho, no se las necesita, llenos de generosidad y altruismo.
Saldremos más huérfanos, más tristes, más agotados, más pobres, pero también, más sabios y más convencidos de nuestros principios éticos y sociales. Saldremos arrodillados y vencidos. Pero no tenga ninguna duda de que, nos conocemos desde hace mucho tiempo, cuando nos encontramos para abrazarnos compartiremos el duelo, sí, pero también el esfuerzo del empuje para, todos juntos, volver a levantar.